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Publicado em 04/03/2022 - 09:08 / Clipado em 07/03/2022 - 09:08

Guerra en Ucrania compromete cooperación científica mundial – 03/04/2022 – Sou Ciência / Brasil


Emerson Demorais


En la ciencia, como en la vida, es fundamental cooperar para superar grandes desafíos. En la historia de la ciencia hay muchos logros y descubrimientos, casi siempre fruto del trabajo realizado de forma sucesiva e incansable por diferentes autores, en equipo. Otro aspecto fundamental de la ciencia es el constante intercambio de nuevos conocimientos e información, a través de publicaciones, datos abiertos, congresos y reuniones científicas. Por regla general, la ciencia evoluciona a través del intercambio y la discusión de resultados para responder a problemas iniciales o mejorar las respuestas existentes.

Desde 2020, el mundo vive una pandemia de grandes proporciones y larga duración, tal como sucedió a principios del siglo XX. Pero a diferencia de la ‘gripe española’ (1918-19), la aparición del nuevo coronavirus se produjo en un mundo globalizado, con naciones casi total y simultáneamente conectadas por internet y otras formas de comunicación.

Esta fuerte y ágil conexión permitió el rápido intercambio de conocimientos, información y cooperación entre científicos de todo el mundo, así como la difusión de los resultados de sus investigaciones en tiempo real. La afluencia masiva de datos preliminares sobre las causas y consecuencias de la pandemia de Covid-19 también tuvo efectos negativos, pero ciertamente los beneficios fueron mayores.

Ante este gran desafío para la humanidad, científicos e instituciones de investigación se unieron, comenzaron a integrar conocimientos, divulgar abiertamente resultados en busca de soluciones para entender el comportamiento de un virus diferente a otros ya conocidos. Los resultados no tardaron en llegar, con vacunas desarrolladas y distribuidas en tiempo récord, fruto de la ciencia que ya se estaba desarrollando y de la cooperación entre gobiernos, universidades, institutos, laboratorios, industrias y sociedad.

Con base en tecnologías que se están desarrollando para otros fines, las vacunas de la Universidad de Oxford y BionTech, por ejemplo, propusieron nuevas fórmulas, que fueron probadas y aprobadas. Otras soluciones siguieron caminos más tradicionales, como el Coronavac, producido por el Instituto Butantan en sociedad con Sinovac, que fue igualmente importante para enfrentar el caótico escenario que se ha instalado en todas las naciones.

Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, China, India y Rusia comenzaron a jugar un papel importante en el desarrollo de vacunas, de diferentes tecnologías, así como en el suministro de ingredientes farmacéuticos. En Brasil, además de los estudios de fase 3 de algunas de las vacunas, también se investigan nuevas inmunizaciones, desarrolladas íntegramente en nuestro país. Durante este proceso, hubo mucha cooperación y cierta esperanza de que el esfuerzo colectivo guiaría una gran coalición planetaria en la lucha contra la pandemia. Sin embargo, a pesar de las redes de colaboración establecidas, los poderes centrales, que hoy son protagonistas del conflicto en Ucrania, no lograron llegar a un acuerdo efectivo y justo para la rápida distribución y acceso a las vacunas por parte de todas las naciones del mundo.

La cooperación inicial entre ciencia y sociedad dio paso a la competencia entre gobiernos y empresas, favoreciendo a los países más ricos ya las farmacéuticas más poderosas. Los conflictos por el poder, el dinero y la propiedad intelectual limitaron la cooperación y profundizaron las desigualdades y la desconfianza.

¿Un presagio de lo que estaba por venir, o simplemente un regreso a la etapa anterior de guerra ardiente y competencia feroz? En todo caso, la ciencia y la humanidad, que se enfrentaron al virus y vislumbraron un posible orden global de mayor cooperación, perdieron con el retorno a un orden geopolítico y económico polarizado, belicista y destructivo. El fin de la cooperación y la vuelta a un estado de guerra entre imperios y mercados es un crimen contra la humanidad, además de las víctimas directas del conflicto en Ucrania.

Rusia y Ucrania siguen librando una guerra en medio de la pandemia. Los dos países sufren por igual la propagación de la variante omicron, con números astronómicos de casos diarios (aproximadamente 180.000 diarios en Rusia y 35.000 en Ucrania, que tiene una población tres veces menor). Aunque Rusia ha producido su propia vacuna, Sputnik, solo la mitad de la población ha tomado al menos la primera dosis de vacuna (en Brasil ya estamos en más del 80%).

En Ucrania la situación es aún más grave. Aunque el país quiere ser parte de la comunidad europea, está lejos de un estándar aceptable de vacunación, con solo el 35% de la población con al menos la primera dosis, según información de Our World in Data (plataforma de visualización y monitoreo de datos). desarrollado por la Universidad de Oxford). Con la guerra, el proceso de inmunización de los ucranianos se ve aún más comprometido, ya que la vacunación se suspenderá en casi todas las ciudades ante los continuos ataques y la población acudiendo a los refugios antiaéreos.

El conflicto intensificará los desafíos de la pandemia desde un punto de vista regional e incluso global, ante las proyecciones de desplazamiento forzado de cerca de 5 millones de personas durante la guerra, produciendo una ola de refugiados, que sumará complejidad e imposibilitará predicciones seguras sobre el control de la pandemia, ya que las variantes siguen circulando por el mundo.

Ya es seguro que la población mundial necesitará próximamente una nueva generación de vacunas y, para ello, será necesario fortalecer la cooperación científica internacional y la inversión en diferentes frentes de acción para reducir la desigualdad en la distribución y el acceso. Otra evidencia científica es la necesidad de reducir la devastación del medio ambiente para prevenir los dramáticos cambios climáticos que están en marcha y que aumentan las posibilidades de nuevas pandemias.

Los problemas climáticos y ambientales están estrechamente relacionados con la salud, la seguridad alimentaria y el alivio del hambre. El conflicto agudizará estas tendencias y ya ha alcanzado consecuencias internacionales, con impactos negativos en el comercio global, con aumento del precio de los productos y escasez de alimentos y energía (gas y combustibles) – lo que sin duda penalizará a países y poblaciones pobres en situaciones de vulnerabilidad

La guerra de Ucrania y la nueva polarización bélica mundial provocarán retrocesos y podrán anular el legado, aunque sea parcial, de cooperación mundial en avances científicos, nuevas tecnologías y desarrollo de bienes públicos para la salud. Si era posible imaginar un ciclo de reconstrucción pospandemia con avances en varias agendas, la guerra y todas sus consecuencias humanitarias, económicas y políticas están poniendo en grave riesgo este mínimamente prometedor futuro poscovid.


Fuente: uol.com.br


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